La mañana en que falló la ley de la gravedad

Libro de cuentos

Porca Miseria Grupo Editor (Argentina, 2001)

144 páginas

En la casa del amor

Había una vez un muchacho que era tan pequeñito que vivía dentro de una caja de fósforos. A veces soñaba que una chica venía a golpear a su puerta (una chica mística que cada noche llevaba puesto otro rostro); ella le ofrecía enseñarle unos cuantos misterios con la condición de que él se saliera de su caja. Entonces hacía unos pases mágicos, lo hacía crecer de tamaño, pronunciaba unos románticos discursos y desaparecía. Y él ya era demasiado grande como para volver a meterse en la caja, y ya no le quedaba ningún sitio adonde escapar en toda la ancha y ajena Tierra.
Venían entonces un montón de demonios a arrancarle la piel a pedazos, y ya no le quedaba otro remedio que despertarse.
Y sin embargo, ése era su sueño favorito.
Había también una chica llamada Lisa que vivía dentro de un frasco de miel. Tenía la piel tan suave que hasta los besos le dolían; apenas la tocaban se ponía a gritar como si la estuvieran despellejando. Vivía sola en un gran hotel desierto, poblado de espectros que subían y bajaban constantemente por los ascensores. Tenía un sueño que era tan grande que se tragaba al mundo, y otro sueño tan chiquitito que ni ella misma lo recordaba.
Ese sueño diminuto era su vida.
También estaba Ana, una mujer que era tan hermosa que nadie podía verla ni recordar su rostro, y tan perfecta que era incapaz de hacer nada. Se pasaba las tardes soñando con afearse un poco y poder subirse a coches deportivos del brazo de simpáticos oficinistas. Al despertarse, nunca sabía si esos sueños eran pesadillas o ataques de romanticismo.
Y finalmente, estaba Sebastián, el chico que vivía dentro de un televisor. Su cerebro era una tostadora eléctrica y su alma un lavarropas desvencijado. Como sólo conocía el interior de la tevé en la que vivía, nunca llegaba a entender la utilidad de todos esos engranajes y lamparitas —y cuando oyó hablar de programas de entretenimientos, de propagandas y de animadores, creyó que le estaban haciendo una broma estúpida.
Hay hombres que se pasan la vida rodeados de gente que odian, lamentándose por su mala suerte y esperando que al mundo se le ocurra darles otra chance. Hay otros que trepan todas las cumbres y son adorados por toda la humanidad. Pero lo raro es que a veces, cuando cae la noche, estos dos tipos de hombre tan distintos tienen exactamente el mismo pensamiento, y les atraviesa la espalda el mismo escalofrío.
En fin, un día, cuando tengamos más tiempo, les hablaré también de Alice, la bailarina que se casó con un gato de angora. De los hermanos Marcus, aquellos trapecistas que eran tan rápidos que nadie podía admirar sus hazañas. Y de aquella noche en la que dos amantes acostados en una misma cama tuvieron el mismo sueño sin saberlo —y cuando llegó la mañana, uno de los dos estaba muerto.
Y les contaré de aquel chico que vivía dentro de una lata de conserva, cuyo mejor sueño era el de la chica de lengua de abrelatas.

Pablo Krantz