La ciudad más hermosa del mundo en la escala Richter de la melancolía

Libro de cuentos

Asimêtrica editorial (España, 2011)

París – Lado B

París… ¡Vaya ciudad que huele a podrido!
Los baños públicos, cerrados. Los de los bares, inaccesibles. Y toda esa explosiva combinación de poblaciones para las cuales el control de esfínteres es una ciencia misteriosa. Súmenle a eso ochenta millones de turistas por año, ¡y olor a sudor reconcentrado, a comida imposible, condimentada con sarna, bilis y humor negro! La ciudad que las ratas prefieren. Un gigantesco queso putrefacto lleno de agujeros subterráneos por los que puede uno pasearse en busca de mendigos muertos, a medianoche, cuando todos los roedores se convierten en felinos mutantes. Los policías tienen cara de cocodrilos bien alimentados y sonríen desde sus patrulleros relucientes como si fueran los reyes del pantano. ¡Los autos llenos de jóvenes magrebíes de los suburbios en busca de muerte súbita se lanzan sobre los transeúntes como trenes fantasma lanzados por vías invisibles hacia la Ciudad de los Muertos, y aún más allá!
París…
La fábrica de sueños abandonada.
El gran ministerio de los souvenirs averiados.
El gran desarmadero de todas las civilizaciones desaparecidas.
La orgullosa reina de todas las ciudades enterradas.
En las noches de canícula. Bajo las tormentas de nieve, cuando el aire es cortante como la mirada de un terrorista de las estepas lejanas. En las orillas del Sena, el río favorito de los jóvenes suicidas. Bajo las aspas del Moulin Rouge, donde se fríen como pollos rostizados los extranjeros ilegales aguardando su charter de madrugada. Bajo los rieles verticales de la torre Eiffel, donde desembocan todos los vagones de carga de las minas de oro y platino del África negra. Bajo la boca desdentada del Arco de Triunfo, bajo las gárgolas criminales de Notre-Dame y de las mil basílicas de la Ciudad-Luciérnaga, de la Ciudad-Vampiro. Frente a las pirámides del Louvre, donde se exhiben en galerías interminables inmigrantes clandestinos embalsamados, ensarcofagados, con los ojos aún llenos de oasis y espejismos. Bajo los pontones donde turistas japoneses y americanos y alemanes sueñan con el Verano del Amor y fotografían todo lo que permanece inmóvil. Subidos al lomo de un barco-mosca que se hunde, en los que camareros de blanco sirven champaña a cientos de novias asiáticas en matrimonio blanco abandonadas, antes de arrojarlas por la borda, para alegría de los tiburones-fantasma de las aguas barrosas del Sena, que abandonan las profundidades cuando los cadáveres escasean. Las pandillas de skinheads neo-romanos en busca de argelinos, los argelinos en busca de israelitas, los israelitas en busca de la Tierra Prometida, ¡todos los migrantes del mundo buscando la Tierra Prometida en camiones frigoríficos, en baúles de coches, en balsas que se hunden, colgados de trenes con pasaportes falsos, la Tierra Prometida llena de cadáveres sin enterrar, los buitres que no dan abasto, las morgues que no dan abasto, las cárceles que no dan abasto, los muertos que se apilan en los patios de las escuelas, en las plazas públicas, la temperatura que sube unos grados más todavía, el asfalto que se funde como arenas movedizas enterrando ancianos en silla de ruedas, cochecitos de bebés olvidados entre los espejitos de colores de los megacomercios de cinco pisos con ascensor, ¡la peste, el cólera, la tuberculosis, la radioactividad, el SIDA, la muerte violenta en todas sus formas que renace de sus cenizas y arrasa con todo!! ¡Todo!